jueves, 5 de octubre de 2017

San Juan Pablo II: los nacionalismos.

"(...) descubrimos fácilmente la presencia de nacionalismos exacerbados. No se trata de amor legítimo a la propia patria o de estima de su identidad, sino de un rechazo del otro en su diferencia, para imponerse mejor a él. Todos los medios son buenos: la exaltación de la raza que llega a identificar nación y etnia, la sobrevaloración del Estado, que piensa y decide por todos; la imposición de un modelo económico uniforme y la nivelación de las diferencias culturales. Nos hallamos frente a un nuevo paganismo: la divinización de la nación. La historia ha mostrado que del nacionalismo se pasa muy rápidamente al totalitarismo y que, cuando los Estados ya no son iguales, las personas terminan por no serlo tampoco. De esta manera, se anula la solidaridad natural entre los pueblos, se pervierte el sentido de las proporciones y se desprecia el principio de la unidad del género humano.

 La Iglesia católica no puede aceptar esta visión de las cosas. Al ser universal por su misma naturaleza, está al servicio de todos y no se identifica nunca con una comunidad nacional particular. Acoge en su seno a todas las naciones, todas las razas y todas las culturas. Se acuerda, más aún, sabe que es depositaria del proyecto de Dios para la humanidad: congregar a todos los hombres en una única familia. Esto es así, porque él es el Creador y Padre de todos. Por eso, cada vez que el cristianismo, sea en su tradición occidental, sea en la oriental, se transforma en instrumento de un nacionalismo, recibe una herida en su mismo corazón y se vuelve estéril.



Mi predecesor el Papa Pío XI, ya en 1937 había condenado esas graves desviaciones en su encíclica Mit brennender Sorge, afirmando: «Todo el que tome la raza, o el pueblo, o el Estado, o una forma determinada del Estado, o los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana [...] y los divinice con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios» (AAS 29 [1937], p. 149). 

Europa se halla compuesta en la actualidad por una mayoría de Estados pequeños o medianos. Pero todos tienen su patrimonio de valores, la misma dignidad y los mismos derechos. Ninguna autoridad puede limitar sus derechos fundamentales, a no ser que pongan en peligro los derechos de las demás naciones. Si la comunidad internacional no logra llegar a un acuerdo sobre los medios con que hay que afrontar en su raíz este problema de las reivindicaciones nacionalistas, se puede prever que continentes enteros padecerán una especie de gangrena, y se volverá paulatinamente a reacciones de poder, cuyas primeras víctimas serán las mismas personas. Porque los derechos de los pueblos están ligados a los derechos del hombre". 


 Extracto del discurso del Santo Padre Juan Pablo II a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Sábado 15 de enero de 1994.